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Las articulaciones
Las
articulaciones son zonas de unión entre los huesos o entre
los cartílagos del esqueleto. Cumplen una función muy importante,
al permitirte doblar las distintas extremidades de tu cuerpo. Si no existieran,
serías una estructura totalmente rígida y no podrías
realizar movimientos.
El cuerpo humano tiene diversos tipos de articulaciones móviles. La cadera y el hombro son articulaciones del tipo esfera-cavidad, que permiten movimientos libres en todas las direcciones. Los codos, las rodillas y los dedos tienen articulaciones en bisagra, de modo que solo es posible la movilidad en un plano. Las articulaciones en pivote, que permiten solo la rotación, son características de las dos primeras vértebras; es, además, la articulación que hace posible que gires la cabeza de un lado a otro. Y, por último, las articulaciones deslizantes, donde las superficies óseas se mueven separadas por distancias muy cortas. Se observan entre diferentes huesos de la muñeca y del tobillo.
El cuerpo humano tiene diversos tipos de articulaciones móviles. La cadera y el hombro son articulaciones del tipo esfera-cavidad, que permiten movimientos libres en todas las direcciones. Los codos, las rodillas y los dedos tienen articulaciones en bisagra, de modo que solo es posible la movilidad en un plano. Las articulaciones en pivote, que permiten solo la rotación, son características de las dos primeras vértebras; es, además, la articulación que hace posible que gires la cabeza de un lado a otro. Y, por último, las articulaciones deslizantes, donde las superficies óseas se mueven separadas por distancias muy cortas. Se observan entre diferentes huesos de la muñeca y del tobillo.
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La columna vertebral
La
estructura fundamental de tu cuerpo es la columna vertebral, ya que se
encarga de sostener tu cabeza y cuerpo erguidos, y gracias a la cual puedes
doblarte y girarte. Está formada por 33 huesos en forma de anillos,
llamados vértebras, unidas por una serie de articulaciones móviles.
Entre ellas hay discos de cartílago duro que se comprimen para
absorber los choques - que a su vez - se encuentran sometidos a grandes
fuerzas durante movimientos determinados.
La columna está configurada por tres tipos de vértebras: cervicales, en el cuello; torácicas, en la parte superior de la espalda; y lumbares, en la parte inferior. Las primeras se encargan de sostener la cabeza y el cuello; las torácicas se preocupan de anclar las costillas; y las lumbares tienen como función soportar el peso y estabilizar el movimiento.
Un componente vital de nuestro cuerpo es la médula espinal. De tejido nervioso, se encarga de emitir mensajes entre el cerebro y las diferentes partes del cuerpo, siendo protegido por las 33 vértebras de la columna dorsal.
La columna está configurada por tres tipos de vértebras: cervicales, en el cuello; torácicas, en la parte superior de la espalda; y lumbares, en la parte inferior. Las primeras se encargan de sostener la cabeza y el cuello; las torácicas se preocupan de anclar las costillas; y las lumbares tienen como función soportar el peso y estabilizar el movimiento.
Un componente vital de nuestro cuerpo es la médula espinal. De tejido nervioso, se encarga de emitir mensajes entre el cerebro y las diferentes partes del cuerpo, siendo protegido por las 33 vértebras de la columna dorsal.
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Los huesos del cráneo
La
cabeza ósea está formada básicamente por dos
zonas: el cráneo y los huesos de la cara. El cráneo
cumple una función muy importante, ya que se preocupa de contener
todo el sistema nervioso central, con excepción de la médula.
Los huesos de la cara, por su parte, dan soporte a la nariz y a toda la
cavidad nasal, a los ojos y al aparato masticador.
El cráneo óseo es prácticamente un rompecabezas. Está compuesto por el hueso frontal, que sirve de base del cráneo y se ubica entre los dos parietales y parte de los temporales. Por detrás, está el hueso occipital, que es la única unión entre la cabeza y la columna vertebral.
Por su parte, la cara ósea, en su parte superior, está formada por la cara externa y anterior del hueso frontal y, en su parte inferior, por los huesos nasales, los unguis y los dos huesos malares (sobre la encía superior). Luego están los dos maxilares, superior e inferior, que permiten los movimientos de masticación, pero solo se mueve el inferior. Y, finalmente, están las cavidades orbitales (de los ojos) y la cavidad nasal.
El cráneo óseo es prácticamente un rompecabezas. Está compuesto por el hueso frontal, que sirve de base del cráneo y se ubica entre los dos parietales y parte de los temporales. Por detrás, está el hueso occipital, que es la única unión entre la cabeza y la columna vertebral.
Por su parte, la cara ósea, en su parte superior, está formada por la cara externa y anterior del hueso frontal y, en su parte inferior, por los huesos nasales, los unguis y los dos huesos malares (sobre la encía superior). Luego están los dos maxilares, superior e inferior, que permiten los movimientos de masticación, pero solo se mueve el inferior. Y, finalmente, están las cavidades orbitales (de los ojos) y la cavidad nasal.
Caja torácica
Por
lo general, cuando respiras e inhalas aire profundamente, ves que sobre
el estómago se marcan varios huesos arqueados: esas son tus costillas,
huesos largos y curvos formados por una porción ósea posterior
y una cartilaginosa (cartílago costal) anterior. Si realizas este
ejercicio nuevamente, podrás sentir cada una de ellas y te darás
cuenta de que son 12, articuladas en su parte posterior con dos cuerpos
vertebrales, aunque solo las siete primeras se unen directamente al esternón
por medio de los cartílagos costales; la 8, 9 y 10 se unen
entre sí antes de hacerlo al esternón, y la 11 y 12 quedan
libres en los músculos
abdominales. Estos huesos arqueados también pueden sufrir fracturas,
que se producen por traumatismo directo, pero se sueldan espontáneamente
en seis semanas, lo que significa que no se debe utilizar ningún
tipo de vendaje, solo analgésicos. Su riesgo principal deriva de
la falta de movilidad torácica por el dolor, lo cual retiene secreciones
y puede facilitar infecciones, como la neumonía. Las fracturas
costales múltiples pueden producir sangrado a la cavidad torácica
(hemotórax), entrada de aire por lesión pulmonar (neumotórax)
o desequilibrio de movimientos respiratorios (tórax volante).
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Extremidades inferiores
Dejando
atrás las manos y bajando por la columna vertebral, te encontrarás
con la pelvis, que es una estructura ósea sostenida por
las extremidades inferiores. Por la parte de atrás, la forman el
cóccix y el sacro, y por delante, los huesos coxales.
Hacia los lados se encuentran tus caderas,
que se articulan con ella a través de los coxales, y a través
de la cabeza del fémur -el hueso más largo de nuestro
cuerpo, que forma el muslo- con las extremidades.
Las partes de las extremidades inferiores de tu cuerpo son el fémur, la rótula, la tibia, el peroné y los huesos del pie, formadas cada una por huesos y articulaciones que se unen entre sí.
La rodilla es la articulación del muslo con la pierna, formada por tres huesos. El extremo inferior del fémur (el hueso del muslo) forma los cóndilos femorales, que son dos eminencias voluminosas del extremo inferior del fémur, que se articulan con el extremo superior de la tibia formando la rodilla. El extremo superior de la tibia, las mesetas tibiales externa e interna, tienen forma de bandejas planas unidas por el centro, sobre las que se apoyan, giran, se deslizan y rotan los cóndilos femorales, extendiendo (cuando estás de pie) o flexionando (cuando estás en cuclillas) la rodilla. Por su parte, la rótula es un hueso con forma de disco que se apoya sobre la cara anterior de los cóndilos femorales, deslizándose hacia arriba y abajo al extender y flexionar la rodilla.
La pierna está formada por la tibia, un hueso muy importante ya que soporta los mayores esfuerzos que realizan tus piernas, y el peroné, que tiene la función de articular la pierna con el pie, de manera que puedas caminar y correr libremente. El pie, por su parte, lo forman los huesos del tarso, con los metatarsianos y las tres hileras de falanges del pie. Los huesos que componen las extremidades inferiores soportan todo el peso de tu cuerpo.
Las partes de las extremidades inferiores de tu cuerpo son el fémur, la rótula, la tibia, el peroné y los huesos del pie, formadas cada una por huesos y articulaciones que se unen entre sí.
La rodilla es la articulación del muslo con la pierna, formada por tres huesos. El extremo inferior del fémur (el hueso del muslo) forma los cóndilos femorales, que son dos eminencias voluminosas del extremo inferior del fémur, que se articulan con el extremo superior de la tibia formando la rodilla. El extremo superior de la tibia, las mesetas tibiales externa e interna, tienen forma de bandejas planas unidas por el centro, sobre las que se apoyan, giran, se deslizan y rotan los cóndilos femorales, extendiendo (cuando estás de pie) o flexionando (cuando estás en cuclillas) la rodilla. Por su parte, la rótula es un hueso con forma de disco que se apoya sobre la cara anterior de los cóndilos femorales, deslizándose hacia arriba y abajo al extender y flexionar la rodilla.
La pierna está formada por la tibia, un hueso muy importante ya que soporta los mayores esfuerzos que realizan tus piernas, y el peroné, que tiene la función de articular la pierna con el pie, de manera que puedas caminar y correr libremente. El pie, por su parte, lo forman los huesos del tarso, con los metatarsianos y las tres hileras de falanges del pie. Los huesos que componen las extremidades inferiores soportan todo el peso de tu cuerpo.
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Extremidades superiores
Son
la porción terminal de los brazos o extremidades superiores de
tu cuerpo. A veces, en otros mamíferos y formas inferiores de animales,
este tipo de apéndices también se llaman manos, para distinguirlos
de los pies o miembros inferiores; pero las manos verdaderas solo aparecen
en los primates.
Si las observas, podrás ver que constan -cada una- de una palma ancha unida al antebrazo mediante una articulación denominada muñeca. La principal diferencia entre las manos de los seres humanos y las de los otros primates consiste en que sus pulgares no pueden colocarse enfrente de los otros dedos, como sí podemos hacerlo nosotros.
Aunque no lo creas, los huesos de tu mano son 27: ocho en el carpo o muñeca, colocados en dos filas de cuatro huesos; cinco en el metacarpo o palma, uno para cada dedo, y los catorce huesos digitales o falanges, dos en el pulgar y tres en cada uno del resto de los dedos. Los movimientos de la mano se llevan a cabo mediante la participación de dos grupos de músculos y tendones: los flexores, para flexionar los cinco dedos, y los extensores, para extenderlos. Los músculos flexores están localizados en la cara inferior del antebrazo, y están unidos a las falanges de los dedos por los tendones. Los extensores se encuentran en la parte posterior del antebrazo y se unen de forma similar.
La articulación de nuestras manos es mucho más compleja y delicada que la de los órganos comparables de cualquier otro animal. Y precisamente a esta articulación se debe el que solo nosotros, es decir, los seres humanos, seamos capaces de utilizar y manipular una gran variedad de herramientas y utensilios.
Si las observas, podrás ver que constan -cada una- de una palma ancha unida al antebrazo mediante una articulación denominada muñeca. La principal diferencia entre las manos de los seres humanos y las de los otros primates consiste en que sus pulgares no pueden colocarse enfrente de los otros dedos, como sí podemos hacerlo nosotros.
Aunque no lo creas, los huesos de tu mano son 27: ocho en el carpo o muñeca, colocados en dos filas de cuatro huesos; cinco en el metacarpo o palma, uno para cada dedo, y los catorce huesos digitales o falanges, dos en el pulgar y tres en cada uno del resto de los dedos. Los movimientos de la mano se llevan a cabo mediante la participación de dos grupos de músculos y tendones: los flexores, para flexionar los cinco dedos, y los extensores, para extenderlos. Los músculos flexores están localizados en la cara inferior del antebrazo, y están unidos a las falanges de los dedos por los tendones. Los extensores se encuentran en la parte posterior del antebrazo y se unen de forma similar.
La articulación de nuestras manos es mucho más compleja y delicada que la de los órganos comparables de cualquier otro animal. Y precisamente a esta articulación se debe el que solo nosotros, es decir, los seres humanos, seamos capaces de utilizar y manipular una gran variedad de herramientas y utensilios.
¿De qué se enferman nuestros huesos?
Las
enfermedades que pueden sufrir los huesos son muy variadas. Tal vez no
conozcas muchas de ellas, pero las que te presentamos a continuación
son las más comunes.
Reumatismo: problemas que surgen con el tiempo
Aunque
en medicina ya no se usa este término, se aplica a diversos trastornos
caracterizados por la rigidez, dolor e hipersensibilidad de las articulaciones
y de los músculos. Entre las enfermedades, que aunque de forma
habitual pero imprecisa se llaman reumatismo, se encuentran la fiebre
reumática, la osteoartritis, la miositis, la bursitis, y la artritis
reumatoide.
Artritis reumatoide: un ataque a sí mismo
Esta enfermedad es un trastorno autoinmune, en el que el sistema inmunológico
(encargado de las defensas en el organismo) empieza a atacar los tejidos
del cuerpo. Las articulaciones se inflaman, se ponen rígidas, se
hinchan y se deforman. Los síntomas generales son: fiebre, debilidad
y palidez. Pero ya en su estado crónico puede afectar los tejidos
de los ojos, piel, corazón, nervios y pulmones. Muchas de las articulaciones
pequeñas se ven afectadas simétricamente. Las manos y los
pies, por ejemplo, se dañan en el mismo grado en ambos lados. Por
lo general la rigidez es peor por la mañana, aunque mejora durante
el día. Cuando la artritis es grave, los espacios articulares desaparecen
y cambia el ángulo de las extremidades como consecuencia de la
laxitud (ausencia de tensión) de los ligamentos. Las extremidades
se vuelven ásperas y alrededor de ellas se forman nódulos;
la piel se ve delgada y frágil, lo que finalmente restringe el
movimiento.
Gota: amiga de la mala alimentación
Esta
compleja enfermedad, de origen incierto, es causada por una alteración
del metabolismo del ácido úrico producido en el organismo
por la ruptura de proteínas, y como resultado de una elevación
de los niveles de este metabolito en la sangre. Cerca del 95 por ciento
de los que padecen este mal son hombres, aunque es raro en jóvenes
de edad inferior a los 30 años. Cuando se producen ataques agudos,
el dolor es muy intenso y se localiza con frecuencia en el dedo gordo
del pie, aunque a veces puede situarse en el tobillo, la rodilla, la cadera,
el hombro, la muñeca, o el codo. El ataque suele comenzar en forma
brusca; la articulación se hincha, enrojece, e inflama, y se torna
muy sensible. Sin tratamiento, los ataques duran entre unos días
a varias semanas.
El tratamiento requiere el reposo completo del lugar afectado y una dieta simple baja en proteínas, además de una ingesta elevada de agua, con el fin de reducir el contenido de ácido úrico del organismo. La fase aguda se trata con fármacos antiinflamatorios. La gota crónica se acostumbra tratar con agentes que favorecen la eliminación de ácido úrico y agentes que inhiben su producción.
El tratamiento requiere el reposo completo del lugar afectado y una dieta simple baja en proteínas, además de una ingesta elevada de agua, con el fin de reducir el contenido de ácido úrico del organismo. La fase aguda se trata con fármacos antiinflamatorios. La gota crónica se acostumbra tratar con agentes que favorecen la eliminación de ácido úrico y agentes que inhiben su producción.
Heridas de ligamentos: no tanta fuerza |
Los
ligamentos que unen los extremos de tus huesos son muy
fuertes. Pero si se
tira demasiado los huesos de una articulación,
separándolos, generalmente por un movimiento
brusco e inesperado o demasiado forzado, el resultado
es la hinchazón, el dolor muscular, y si la herida
es grave, podría provocar inestabilidad e incluso
dislocación en la articulación. Esto sucede cuando te tuerces el tobillo, algo bastante rutinario. El tobillo se desgarra por una caída o tropiezo que hace recaer todo el peso de tu cuerpo sobre el borde exterior del pie. |
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